Descripción
Insondable cuanto misteriosa fue siempre la distancia que media entre nosotros, los mortales, y el mundo. La danza, los trazos líticos, los sonidos guturales, los gestos intuyeron el mundo. Hubo también que nombrarlo y decirlo, y esa tarea fue asumida por la palabra.
La palabra inventó el mundo, nos inventó a nosotros mismos, le puso nombre a las cosas, las narró. Al amparo de la razón, el lenguaje nos puso a dialogar con nuestro entorno natural y con nuestros semejantes pero fue exiguo a la hora de explicar los orígenes de las cordilleras, o los del fuego o los del astro, y tuvo que recurrir, entonces, a la palabra del desvarío y la convulsión, a los signos del mito, a las señales de las leyendas o a las sugerencias de la poesía para conciliar nuestro espíritu confuso con la materia planetaria. La palabra había empezado también a imaginar.
Así, escurridiza, intermitente como una luciérnaga, en ocasiones conmovedora hasta las brasas, inclemente y obstinada cuando así se lo propone, la palabra se dio modos para provocar encuentros furtivos entre opuestos, amancebar lenguajes dispares, hacer posible diálogos en picada entre palabras desconocidas y objetos inexistentes.
Deletrear esos guiños, esas evocaciones, atender a los deslices y desobediencias del lenguaje, a los señuelos imperceptibles a primera vista que dejan las palabras al ser enunciadas e inscritas, tal el deseo de estos suburbios en desvelo.
Información adicional
Peso | 0,3 kg |
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Dimensiones | 14 × 21 cm |
Valoraciones